Una idea instaurada entre deportistas y aficionados a la actividad física es la idea de que "hacer mucho" asegura grandes resultados.
No siempre la cantidad (sean km corridos, kg levantados, repeticiones realizadas, sesiones semanales, disciplinas entrenadas, etc.) aseguran resultados, menos aún cuando son realizados SIN planificación más o menos organizada (hablemos por lo menos de 4 a 6 semanas como mínimo).
Esto quiere decir, y la experiencia lo demuestra con contundencia, que la mayoría de las veces quienes se exceden en las cantidades, fracasan en reiteradas oportunidades, se lesionan con mayor frecuencia, y lo que es la peor de las consecuencias: se frustran.
Casi todas las personas que practican deporte, son seres comunes que además llevan una vida con limitaciones y restricciones (sean laborales, familiares, sociales, etc.) teniendo así acotado el tiempo para dedicar al entrenamiento, las horas y calidad de descanso, la cantidad y calidad de alimentación.
Con todos estos condicionantes, exceder o sobrepasar los límites físicos, aún NO percibiendo tal sensación o estado, representa un riesgo latente permanente.
Es común escuchar en carreras masivas y competencias individuales el comentario de personas que entrenaron mucho, y no les fue bien. Más aún regresan a sus hogares llenos de dolores y molestias que dan por lógicas y saludables, ¡por haber realizado un esfuerzo!
Siempre es bueno consultar, al menos leer e informarse al respecto. No todos son capaces de entrenar guiados por alguien. Muchos también disfrutan de la libertad que brinda el hecho de no depender de un plan. Cualquiera sea la opción que elijas, más vale de menos, ¡que de más!
La mayoría de las personas que comienzan a entrenar para participar a posteriori en Maratones, Pruebas de calle, Carreras de Aventura, Triatlón o Duatlón, Aguas abiertas, y todo tipo de prueba que incluya aquellos entrenamientos que implican sumar distancia, adquieren una extraña obsesión por acumular metros o kilómetros dejando de lado otros aspectos fundamentales a la hora de formar una base sólida que permita y asegure buenos resultados a futuro.
Cuando de un deporte de resistencia se trate NO negamos la necesidad de recorrer distancias más o menos razonables en ciertos períodos del entrenamiento, ni tampoco negamos la necesidad de que esas distancias se cubran a veces con ritmos exigentes.
Lo que un futuro “corredor” no puede obviar NUNCA es la necesidad de aprender a entrenar. Es decir, la obligatoriedad de realizar ejercicios TÉCNICAMENTE correctos, biomecánicamente eficientes y sobre todo, con una gran conciencia de sensaciones.
Existe numerosa bibliografía, investigaciones científicas, trabajos de campo, etc., que indagan y profundizan los caminos más efectivos para desarrollar al máximo el potencial deportivo y el rendimiento físico de las personas dedicadas al deporte, pero escasamente se habla de cómo debe situarse la persona y su conciencia frente a la gran variedad de gestos, movimientos y sensaciones que ésta percibirá –o no- al momento de entrenar.
La experiencia me ha demostrado que el mejor aprendizaje que un deportista puede realizar es aquél que le permita verse en una especie de autorretrato. Y que es esto: pues nada más y nada menos que empezar a conocer sus verdaderos límites (físicos y mentales) siendo consciente de qué le sucede a cada momento de su entrenamiento.
De este modo, el deportista descubre su propio mundo interior: posturas, movimientos, dolores, sed, hambre, fatiga; un abanico de situaciones personales que sólo se captan si cada uno está verdaderamente pendiente de ellas. De otra manera cada sesión de entrenamiento se transforma en un “transcurrir de tiempo” del cual sólo se registra la sensación final (“que bien estoy” o “que cansado me siento” o “no tengo ritmo”, etc.) junto a tiempos y distancias establecidas.
Es así que, tras cumplir los diferentes períodos planificados, la persona si bien completó los volúmenes e intensidades previstos, escasamente fue perceptivo de la variedad de estadios por los cuales su cuerpo y su mente pasaron, perdiendo oportunidades valiosísimas para monitorear los acontecimientos vividos, capitalizarlos como experiencias que en situaciones de competencia podrían revertir resultados adversos, sin hablar de la posibilidad de modificar entrenamientos sobre la marcha cuando en tales ocasiones esas sensaciones no son acordes a los objetivos perseguidos (para bien o para mal, ambos casos serían factibles de suceder).
La importancia del volumen e intensidad de un entrenamiento se complementa necesariamente con este aprendizaje que no es tangible en medidas, tiempos o distancias. Un aprendizaje que exige responsabilidad, mucha atención y concentración más allá de todo.
Estar atento a movimientos, posturas y sensaciones debería ser un objetivo fundamental de todo deportista que realice entrenamientos de manera individual en aquellos deportes que demandan gran cantidad de horas dedicadas de manera solitaria. Una especie de comunión entre cuerpo y pensamiento al servicio del rendimiento.
Además es evidente que se podrían prevenir lesiones que atendidas oportunamente permitirían perder menos sesiones de entrenamiento (Diagnóstico, Tratamiento, Rehabilitación, etc.), tener una vida más saludable y mayor vida útil como deportista.
Aprender de uno mismo no es tarea simple. Requiere capacidad de análisis y autocrítica.
Los deportes de resistencia brindan oportunidades muy valiosas pocas veces consideradas: la gran cantidad de horas que la persona permanece (o transcurre) entrenando en soledad; momentos que invitan a mirar hacia dentro de uno mismo y aprender a conocerse.
Vale la pena probar; es un camino más de todos aquellos que pueden llevarte al éxito; un éxito que no debe ser medido por cantidad de premios y títulos ganados, sino además por la capacidad de mejorarte día a día con la consigna de llegar cada vez un poco más allá.
Hasta la próxima.