En la actualidad, estamos insertos en una mirada en la que el sujeto deja de ser tal para transformarse en un individuo incapaz de elegir su modo de vida, dentro de una sociedad que define nuevos modos de individualidad.
Marc Auge, autor de Los no lugares, plantea que el índice de consumo es el índice de salud de un país porque se dirige a individuos tipo, que son la imagen de los consumidores. Esto conlleva a una sobrevalorización constante de la imagen y, por ende, los que están en la TV, por ejemplo, tienen una forma de existencia más fuerte, aparente por cierto, pero sin embargo existen por estar en la pantalla. El que triunfa en la sociedad es el que tiene fama y/ o poder y su mejor carta de presentación es su capital. Es aquel que logra el bienestar y no la felicidad, ésta última entendida como un proyecto de vida, como la realización más completa de uno mismo.
Un hombre superficial, liviano, al que hacía referencia Rojas en su libro El hombre Light que ya no sostiene valores fuertes a lo largo de su vida, que ya no tiene creencias propias y que se vuelve indefenso en este nuevo tiempo, está formando parte de la era posmoderna. Es un hombre libre, aunque sin brújula, porque no sabe hacia dónde va.
Este planteo también repercute en las relaciones humanas, especialmente en el amor, sentimiento que se comparte con alguien, en el que la vida tiene sentido en función de un otro. Hoy es posible conseguir pareja a través de Internet o en un programa de televisión, con especialistas que buscan a seres compatibles entre sí, dónde el horóscopo juega un rol fundamental y el otro pasa a ser un objeto de consumo. Esto conlleva a que las relaciones entre hombres y mujeres pasen a ser superfluas y carentes de compromiso.
El filósofo Zygmunt Baumanseñalaen su obra Amor líquido que el deseo ansía consumir y el amor ansía poseer. En cuanto la satisfacción del deseo es colindante con la aniquilación de su objeto, el amor crece con sus adquisiciones y se satisface con su durabilidad. El deseo es el anhelo de consumir, de absorber, devorar, ingerir y digerir, de aniquilar, no necesita otro estímulo más que la presencia de la alteridad. Esa presencia es siempre una afrenta y una humillación. Dicho deseo es el impulso a vengar la afrenta y disipar la humillación. Es la compulsión de cerrar la brecha con la alteridad que atrae y repele, que seduce con la promesa de lo inexplorado e irrita con su evasiva y obstinada otredad. El pensador afirma que lo que se puede consumir atrae, los desechos repelen. Después del deseo llega el momento de disponer de los desechos. Según parece, la eliminación de lo ajeno de la alteridad y el acto de deshacerse del seco caparazón se cristalizan en el júbilo de la satisfacción, condenado a desaparecer una vez que la tarea se ha realizado. En esencia, el deseo es un impulso de destrucción.
Lipovetzky, en su obra La era del vacío, plantea que en estos tiempos se disuelve la confianza, se legitima el placer y el reconocimiento de peticiones singulares y se modelan las instituciones en base a las aspiraciones individuales. Esto hace que todo sea relativo, que todo valga y que se pueda “usar y descartar” a las cosas, pero también a las personas. Las relaciones intrascendentes y transitorias, se ven no sólo en adolescentes, sino también en adultos, donde se utiliza al otro para “pasar el rato”, buscando el bienestar y no la felicidad mencionada. Al igual que con los productos, la relación es para consumo inmediato y no requiere una preparación adicional ni prolongada porque primordial y fundamentalmente, es descartable. La sexualidad light, esto es satisfacción del deseo individual, sin tener que estar comprometido con otro, sólo lleva a reducir a la persona a mero objeto, a un simple cuerpo físico, sin deseos y sin sentimientos.
Esta mirada es afianzada desde algunos medios, especialmente la televisión, pero sostenida por la mayoría de quienes conformamos la sociedad. Sin embargo, dicha sociedad es mucho más que la dicotomía: consumidores o consumidos, es la suma de ciudadanos capaces de pensar y elegir qué es lo conviene a cada uno, pero no desde lo material, sino, por el contrario, desde lo personal y social.
El cuerpo- objeto
El surgimiento del psicoanálisis provocó una ruptura epistemológica en la vieja idea de cuerpo. Freud mostró su maleabilidad y lo convirtió en una estructura simbólica, en un lenguaje que habla de las relaciones individuales y sociales.
Michel Foucault (1975) introdujo una nueva visión, comprobando que las sociedades occidentales inscriben a sus miembros en las mallas cerradas de una red de relaciones que controla sus movimientos. En Vigilar y castigar, el autor plantea al cuerpo singular como objeto y blanco de poder y que se puede mover o articular con otros a través del disciplinamiento como fórmula de dominación para producir la docilidad y la eficacia a través de un cuidado meticuloso de la organización de la corporeidad.
Por lo tanto es dable plantear que el cuerpo no es algo dado de antemano, de naturaleza indiscutible, sino, por el contrario, hay tantas representaciones como sociedades haya y habrá que comprender la corporeidad como estructura simbólica que incluye imaginarios, conductas o nociones propias de cada grupo.
La obra El individuo rey señala que el período de entre guerras fue la época de la liberación del cuerpo. Las revistas de la época alentaban a las mujeres a ejercitar sus abdominales cada mañana y, es allí, cuando aparece la preocupación por una alimentación más liviana. En 1937 la revista Marie Claire recomendaba a las mujeres permanecer atractivas si querían conservar a sus maridos. Esto dio lugar a que los cuidados de belleza y el maquillaje no fuera patrimonio sólo de algunas mujeres.
Bordieu (1979) sostiene que el cuerpo es la objetivación del gusto de clase y el hábitus, es decir, los comportamientos, los gustos, están ligados a una posición en dicha clase social.
David Le Breton sostiene, en Sociología del cuerpo, que la presentación física parece valer socialmente como una presentación moral. La puesta en escena de la apariencia deja librado al hombre a la mirada del otro y, especialmente, al prejuicio que lo fija de entrada a una categoría moral por su aspecto, por un detalle de su vestimenta o por la forma de su cuerpo. Los cambios de la moda que repercuten en la ropa, en los cosméticos, en las prácticas físicas dan cuenta de ello, formando una constelación de productos “necesarios” y codiciados para poder acceder a cierto grupo social. Se valora al otro por lo que tiene, por lo que muestra, reduciéndolo a la mirada de los demás como mera cáscara, volviendo las relaciones sociales más medidas o más distantes.
Esta cultura light, esta glorificación de lo superficial y esta incertidumbre de las circunstancias muchas veces impide buscar criterios sólidos o tomar conciencia del propio cuerpo y su entorno para poder encontrarse con los otros de manera más profunda y alcanzar el bienestar corporal del modo más sano posible.
Carina Cabo De Donnet
Graduada en Ciencias de la educación.
Prof. en Filosofía, Psicología y Pedagogía.
Especialista/ Diplomada en Gestión educativa.