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El Stress "Epidemia del Siglo XXI"

Autor: Prof. Silvia Chediek - 16/09/2005 - 21656 lecturas.


El mundo en que vivimos es maravilloso, con sus permanentes avances tecnológicos, científicos y la apertura de nuevos horizontes que cada día parecen expandirse más lejos, produciendo en nosotros una especie de atracción fatal, inevitable hacia la ilusión de una vida mejor, de mayor confort y posibilidades. Sin embargo, y a medida que los tiempos avanzan y nos sumergimos en el siglo XXI, nuestra sociedad occidental se aleja cada día más de la posibilidad de lograr lo que tanto ansía: paz interior, armonía, equilibrio psico-emocional, ¿por qué? Porque vive sometida a permanentes tensiones producidas por el ansía incontrolable de progreso, la lucha por el cargo ambicionado, la crisis de valores afectivos y familiares, la temeraria supervivencia de los conflictos armados, la inseguridad en las calles, el enloquecido tránsito, entre otros muchos factores, son los desencadenantes de lo que el Dr. López Rossetti llama la “epidemia del tercer milenio”: el estrés.

El estrés es un enemigo insidioso, astuto, oportunista, y en este alocado vivir en el que estamos inmersos, cuando nuestra capacidad de respuesta no alcanza a contrarrestar el peso de lo que interpretamos como amenazas, su presencia se convierte en un formidable obstáculo contra la calidad de vida,  minando en toda su extensión nuestra posibilidad de lograr una vida plena y armoniosa, produciendo  temibles consecuencias, como lo es la enfermedad, tanto física como psíquica.

De todos modos y tal vez porque somos una creación perfecta y maravillosa de recursos infinitos, claudicar ante el estrés no sería más que una actitud suicida, ya que como seres humanos, poseemos dentro de nosotros, el arsenal con el cual combatir y vencer al enemigo, pero para ello es necesario que primero lo conozcamos, tanto en su naturaleza como los caminos y atajos que toma en sus ataques.

Conociendo al adversario

El término estrés se aplica generalmente a las presiones que las personas tienen en su vida diaria. Se manifiesta como una descarga en nuestro organismo producto de la forma en que el individuo percibe la realidad y cuya intensidad y duración variará de una persona a otra y tendrá mayores o menores repercusiones de acuerdo al estado psicofísico y la historia genética de cada persona. En este proceso se involucran casi todos los órganos y sistemas del cuerpo. Por ello, podemos afirmar hoy en día, que el estrés es la raíz común de numerosas enfermedades y afecciones, tanto físicas como psicológicas, entre ellas las cardiovasculares, respiratorias, digestivas, neurológicas, inmunológicas, endocrinas, sexuales, etc., que en etapa temprana disminuyen notablemente nuestra calidad de vida y eficiencia individual, pero que una vez instaladas pueden ser el peor enemigo de nuestro bienestar y salud integral. Más aún, la felicidad misma es incompatible con el estrés. Somos una unidad psicosomática donde cuerpo y mente funcionan relacionados entre sí, interactuando constantemente en una suerte de danza cuya armonía debemos cuidar. Esto implica que somos responsables y de nosotros depende, en buena medida, mantener el estrés dentro de los límites aceptables. Aprendiendo a percibir la información que nuestro cuerpo y mente nos envían, podemos imaginar una especie de tablero de instrumentos del cuerpo que, a semejanza del que encontramos en un automóvil, nos brinda toda la información necesaria para conocer nuestra condición frente al estrés en cada momento y al detectar que éste resulta alto, implementar simples técnicas de control.

Como se produce el estrés

El estrés es un componente  normal de nuestra vida, más aún, es necesario para disfrutar de ella. No hay vida sin estrés. El único lugar donde no existe el estrés es en la paz de los cementerios. Estrés es sinónimo de vida.  Pero al igual que el colesterol, encontramos un estrés bueno y un estrés malo. El bueno, también llamado eustrés, es aquel que nos ayuda a mantenernos alerta y en condiciones de enfrentar desafíos y cuyo nivel de acción no genera trastornos en el organismo. Pero, como contrapartida, está el estrés malo o distrés. En éste, la intensidad y la perdurabilidad de la activación originan un sinnúmero de alteraciones físicas y psicológicas.

Estrés bueno    =   eustrés

Estrés malo      =   distrés

Por  lo tanto, el estrés es una cuestión  de intensidad y de tiempo. Alguna vez fue comparado con la cuerda de un violín: tiene un punto exacto de tensión en el que suena correctamente, más allá del cual comienza a sonar desafinadamente y luego se rompe.

Existen dos tipos de factores que pueden producir estrés : a) Estímulos Externos: problemas económicos, familiares, exceso de trabajo, temor, pérdida de un ser querido, de un trabajo, una mudanza, ect. y b) Estímulos Internos: pertenecen al dominio psicofísico del individuo, como por ejemplo, un dolor intenso, una enfermedad, sentimientos de inferioridad, problemas sociológicos, entre otros.

Pero si los estímulos fueran para todos iguales, todos estaríamos estresados o no de la misma forma.¿Qué marca la diferencia entre una persona y otra? La forma en que cada uno percibe la realidad. Podemos consensuar que hay ciertos hechos o circunstancias que a la mayoría de los humanos de hoy en día nos afectaría en mayor o menor medida a todos por igual, tal el caso de la muerte de un ser querido, un divorcio no deseado, incluso una mudanza. Sin embargo, la forma en que cada uno de nosotros nos pararemos frente a estas situaciones es, sin duda, diferente y esto está directamente vinculado a la forma en que percibimos el mundo que nos rodea, en las construcciones lingüísticas que hacemos a partir de las mismas y la manera en que le conferimos sentido a las cosas que nos suceden.

De Lucy a Charlie

La misma función orgánica del estrés de los homínidos de hace más de cuatro millones de años, se encuentra intacta en el hombre moderno. La diferencia se llama civilización. Nuestro entorno es diferente, nos puso a salvo de los grandes depredadores pero nos dejó expuestos a las pequeñas y repetidas agresiones cotidianas. En esa frecuencia, en esa continuidad, reside la diferencia.

Hace cuatro millones de años, Lucy se alimentaba tranquilamente cuando una amenaza que prometía acabar con su vida, activó el sistema de alarma, activó su sistema de estrés y todo su organismo se condicionó para luchar contra la fiera o para huir de ella. Se preparó para salvar su vida. En segundos, su cerebro, sus músculos, su corazón, su presión arterial, su respiración y demás funciones se activaron al máximo para enfrentar la situación. Pero sabiamente, Lucy escapó e instantes más tarde, se encontraba a salvo y pocos minutos después había recuperado su tranquilidad y nuevamente en paz, se dedicó a seguir alimentándose. Ya no existía peligro, por lo cual ya no había estrés. La situación había provocado una activación o estrés agudo, pero resuelta la situación, todo había vuelto a la normalidad

Charlie, en cambio, en los albores del siglo XXI, no sufrió la amenaza terrible y breve de un tigre que pusiera en peligro su vida. En su lugar, vivió una tensión menor pero constante. Día tras día, la tensión a la que se fue sometiendo a partir de las exigencias  laborales, las sociales y su propia demanda interna, fue lesionando su organismo en forma lenta e implacable. Charlie sufría de estrés, pero continuo, crónico. El final de Charlie fue súbito, pero la historia estaba anunciada. Había sufrido tensión y estrés en forma sostenida en el tiempo. Estrés crónico. El peor.

Lucy se preparó para salvar su existencia, Charlie para terminar con ella. El sistema de estrés de aquel homínido se activó cuando fue necesario y en la medida correcta. El hombre de hoy tiene tendencia a encontrarse con su sistema de estrés en activación constante, permanente. Esta situación no le permite gozar de la vida y genera una hipoteca que se paga con salud en el futuro próximo. Nuestro desafío consiste en usar adecuadamente nuestro sistema de estrés, encarar un estilo de vida sano, una mecánica sabia de pensamiento y establecernos una escala de valores y objetivos apropiados para alcanzar el bienestar y la felicidad.

Resumiendo, podemos decir que una persona está sometida a una situación de estrés cuando tiene que enfrentar demandas que sobrepasan sus fuerzas físicas y psíquicas, de manera tal que percibe dificultades para dar una respuesta efectiva. Esto desencadena una respuesta de estrés que consiste en un importante aumento de la activación fisiológica y psicológica que, a su vez, la prepara para una intensa actividad motora. Estos mecanismos ayudan a enfrentar mejor la situación y disponen a la persona para actuar en forma más rápida y vigorosa. Pero, cuando la respuesta de estrés es demasiado frecuente, intensa o duradera, puede tener repercusiones negativas, con una amplia gama de manifestaciones orgánicas y psicológicas.

El estrés es un proceso dinámico de interacción entre el sujeto y el medio y por lo tanto cada persona responde de manera diferente a un mismo agente estresante. Un suceso será estresante en la medida en que una persona lo considere como tal, cualesquiera sean las características objetivas del mismo. Conflictos psíquicos individuales o diferencias culturales pueden determinar que un hecho sea neutro para una persona y que para otra desencadene violentas respuestas de estrés.

Los sucesos positivos pueden ser tan estresantes como los sucesos negativos, ya que ambos suponen cambios que exigen adaptarse a nuevas circunstancias. No obstante, la mayoría de los investigadores han encontrado que los acontecimientos indeseables o desagradables indican más consecuencias negativas para la salud que los positivos.

Se entiende por estrés aquella situación en la cual las demandas externas (sociales) o las demandas internas (psicológicas) superan nuestra capacidad de respuesta. Se provoca así una alarma orgánica que actúa sobre los sistemas nervioso, cardiovascular, endocrino y/o inmunológico, produciendo un desequilibrio psicofísico y la posible aparición de la enfermedad. Sin embargo, podríamos decir que no hay estrés sino estresados, ya que frente a las circunstancias que presenta la vida todos reaccionamos de distinto modo. El estrés puede salvar nuestra vida, como la de Lucy, o matarnos, como a Charlie. ¿Donde está la diferencia? En saber controlarlo y usarlo adecuadamente.

Fuentes de estrés

Dijimos que para cada individuo la fuente que provocará la cadena de estrés en muy particular y difiere de una persona a otra, pero podemos consensuar en que los siguientes son dominios comunes a la mayoría de los seres humanos:

  • Sucesos vitales intensos y extraordinarios: muerte de un familiar, divorcio, nacimiento de un hijo, enfermedades o accidentes, mudanza, etc.

  • Sucesos diarios de menor intensidad: atascamientos de tránsito, ruidos, discusiones con     compañeros o pareja, etc.

  • Situaciones de tensión mantenida: enfermedad prolongada, mal ambiente laboral, disputas conyugales permanentes, dificultades económicas sostenidas, etc.

¿Hasta dónde somos capaces de soportar el estrés?

La experiencia de estrés supone que la persona debe hacer frente a una serie de demandas o peticiones que superan sus recursos, de manera que se ve incapaz de responder con éxito y salirse airosa de la situación. Estas demandas pueden realmente sobrepasar sus capacidades. Pero, en otras ocasiones la demanda no nos exige tanto y es nuestra propia percepción de la dificultad que conlleva la situación, la que nos hace responder con un sentimiento de inseguridad e incapacidad y por lo tanto, con estrés. El estrés no está determinado simplemente por las circunstancias, sino por la apreciación que cada uno de nosotros hace de las mismas, sea esta realista o no.

La capacidad de un individuo para soportar el estrés tiene un límite. El estrés prolongado provoca cansancio y tensión a nivel físico y mental y aumenta el riesgo de contraer ciertas enfermedades, por lo que debe ser considerado como una amenaza para la salud. Actualmente, se sabe que existen mecanismos concretos, a través de los cuales, nuestro cuerpo responde a las situaciones de amenaza. Una vez que la persona ha identificado la señal de peligro, son tres los sistemas o ejes que se ponen en marcha como reacción al estrés: el sistema nervioso, el neuroendocrino y el endocrino.

Qué sucede en nuestro organismo cuando nos enfrentamos al estrés?

El punto de unión entre cuerpo y mente, es decir, entre la corteza cerebral, responsable del pensamiento y el sistema límbico, donde habitan las emociones y el resto de nuestros órganos y funciones, es el hipotálamo. Este es el intermediario entre el director de orquesta (nosotros mismos) y nuestro cuerpo, que recibiendo instrucciones de los niveles superiores del cerebro (sistema límbico y corteza cerebral) ejecuta las directivas en todo nuestro cuerpo. Lo hace a través de dos vías principales: una nerviosa, que es el sistema nervioso autónomo y la otra hormonal o endocrina, el sistema de la glándula hipófisis. Funciona como si fuera una central de trenes desde donde salen todos los carriles que se dirigen a diferentes destinos.

Nuestra mente (o director de orquesta) actúa sobre nuestro cuerpo por medio del sistema nervioso autónomo, denominado así justamente por ser independiente de nuestra voluntad que es el primero en activarse en cuestión de segundos, una vez identificada la amenaza. Está dividido en dos porciones: el sistema simpático y el parasimpático. El simpático produce un estímulo sobre todos nuestros órganos y funciones liberando energía para prepararnos para la lucha o huída. Es el responsable de la elevación de la frecuencia cardíaca (taquicardia), de la presión arterial, la dilatación de los bronquios, el aumento de la tensión muscular, entre otros efectos. Este sistema estimula a la médula de las glándulas suprarrenales liberando adrenalina al torrente sanguíneo. Esta hormona produce estimulación al llegar a todos los órganos, reforzando así el efecto del sistema simpático sobre el corazón, los pulmones o el hígado, por ejemplo. Como dijimos, este es el sistema que nos prepara para una situación de alarma y es el que salvó a Lucy. El parasimpático,  tiene una función inversa, es decir, inhibe y es ahorrador de energía. De ese modo disminuye la frecuencia cardíaca, relaja los músculos en general y produce una situación de paz, clama y relajación. Cuando no estamos tensos o bajo estrés, ambos sistemas están en equilibrio.

El sistema neuroendocrino u hormonal tarda más en dispararse, por lo tanto necesita que las condiciones de amenaza se presenten de forma prolongada, durante un período de tiempo más largo. Sin embargo, su acción se mantiene durante más tiempo, lo que significa que las consecuencias que tendrá sobre el organismo serán mayores. La glándula hipófisis, que es la glándula maestra del sistema endocrino, recibe instrucciones del hipotálamo y cuando es estimulada, libera hormonas que, volcadas al torrente sanguíneo, se distribuyen por todo nuestro cuerpo, alcanzando a otras glándulas, las que, a su vez, resultan estimuladas.

Las glándula suprarrenal, alojada a manera de sombrero sobre ambos riñones, se divide en dos porciones: la médula, estimulada por el sistema simpático y la corteza. Cuando esta glándula es estimulada durante la respuesta de estrés, libera unas sustancias químicas denominadas Catecolaminas (Adrenalina y Noradrenalina) que ayudan a aumentar y mantener efectos similares a los descriptos en el sistema simpático. Por otro lado, la hormona ACTH (Adrenocorticotrofina) cuando actúa sobre la corteza suprarrenal, libera corticoides, siendo el principal, el cortisol, que es el responsable de muchas acciones y efectos tardíos del estrés. Los corticoides liberados disminuyen los procesos inflamatorios, lo cual es conveniente, pero, como contrapartida, disminuyen también los linfocitos sanguíneos, lo cual disminuye nuestras defensas frente a infecciones. Este es un efecto indeseable del estrés sobre nuestro sistema inmunológico.  La descarga hormonal puede tener efectos muy variados sobre el organismo, como también de tipo psicológico como la aparición de síntomas depresivos, de ansiedad o la sensación de miedo y efectos sobre la glándula tiroides, produciendo alteraciones metabólicas.

Una actividad excesivamente intensa y prolongada del sistema de estrés puede tener efectos altamente negativos sobre el aparato cardiovascular desencadenando alteraciones tales como hipertensión arterial, anginas de pecho, o infarto de miocardio, colesterol, arritmias cardíacas, taquicardias, migrañas, accidente cardio-vascular, entre otros.  No menos importante son los efectos aparecidos sobre el aparato gastrointestinal, en especial los debidos a una mayor absorción intestinal y retención de líquidos, como también úlceras gástricas, diarreas, constipación, acidez gástrica, sequedad bucal, etc. En cuanto al  sistema inmunológico, que hoy en día es el foco de atención de numerosas investigaciones, tiene gran relación con enfermedades psicosomáticas y dio lugar a una nueva disciplina médica que los relaciona: la psiconeuroendocrinoinmunología. Una debilitación de las defensas del organismo origina una mayor facilidad para enfermar y acelerar el desarrollo de alteraciones inmunológicos como el cáncer o el HIV. El sistema respiratorio puede presentar alteraciones como: hiperventilación, alergias, asma, infecciones respiratorias, etc. El estrés también puede producir mecanismos indeseables como alteraciones del ciclo menstrual y amenorrea, dificultades sexuales, infertilidad, alteraciones metabólicas, contracturas musculares crónicas, como también distorsiones de tipo psicológico como la aparición de síntomas depresivos, de ansiedad o la sensación de miedo.

Herramientas de diagnóstico y tratamiento

Las herramientas de diagnóstico y tratamiento abarcan aquellas de orden médico, de conducta (conductuales) y filosóficas, entre las que se encuentran las siguientes:

·        Diagnóstico físico y psicológico del estrés (perfil psicobiológico del estrés)

El estrés puede hoy en día diagnosticarse, es decir, determinar su presencia, causa e intensidad y también es posible medir su repercusión física. El perfil psicobiológico del estrés define nuestra predisposición psicológica y nuestra sensibilidad física al estrés.

·        Determinar la huella digital propia.

Es importante reconocer la huella digital del estrés, que es el conjunto de estresares, signos y síntomas que nos son propios e individuales, al igual que nuestra huella digital y que no compartimos con nadie más.

·        Determinar el tipo reactor físico.

El tipo reactor físico determina la manera en que nuestro cuerpo reacciona ante el estrés. Los tipos reactores físicos básicos son el tenso y el calmo. Se entiende por reactor físico tenso al individuo que presenta respuestas físicas extremas, en la presión arterial, en un electrocardiograma o en su transpiración, a test estandarizados de estrés. Este tipo es físicamente muy sensible al estrés. Debe entenderse que el reactor físico tenso admite diferentes grados.

·        Manejo de personalidad autoestresora

Ciertas personalidades, llamadas tipo A o autoestresoras, que son del tipo de reactor físico tenso son más propensas a activar la cadena de estrés, a través de una hiperreactividad e hipersensibilidad.

·        Seguridad en uno mismo (asertividad) – Relación Intrapersonal

Se entiende por asertividad la seguridad en uno mismo, esto implica expresar claramente deseos, sentimientos e intenciones, sin herir ni ofender a los demás y poniendo los límites adecuados. Aprender a decir que “no” representa el remedio más directo contra muchas causas de estrés, ya que nutre el autorespecto y la dignidad de la persona. Hemos aprendido que decir que no es ofensivo o puede producir el rechazo de los demás y para evitarlo normalmente vamos en contra de nuestra propia dignidad. Es hora que aprendamos que la negativa no significa un rechazo a la persona sino a la realización de algo que no deseamos hacer.

·        Ejercicio físico y nutrición

La actividad física es la respuesta biológica natural al estrés. Funciona como una válvula de escape y a eso se debe que todo tratamiento antiestrés incluya un programa de actividad física. Por otro lado, la alimentación y el estrés se relacionan íntimamente. Una alimentación que favorezca el sobrepeso da nacimiento a enfermedades, dolencias e inconformidad con el propio esquema corporal. Por otra parte, la alimentación abundante en grasas, en cantidad o concentrada en una sola comida, genera una sensación de debilidad y de pérdida de energía. En ambas circunstancias, se dan las condiciones propicias para la aparición del estrés y para una posición desventajosa para enfrentar a los estresares diarios.

·        Técnicas de relajación neuromuscular

El estrés y la tensión nerviosa provocan aumento del tono de contracción muscular. Es decir, que el estrés produce contracturas musculares. Los músculos contracturados envían información nerviosa al cerebro, lo que provoca aún más tensión. De este modo se crea un círculo vicioso, en el que el estrés genera tensión muscular y ésta, a su vez, aumenta el estrés. Las técnicas de relajación son muy eficaces para lograr sedación, tranquilidad, paz y armonía. Permiten disminuir los niveles de adrenalina y el nivel de activación del sistema nerviosos simpático. Así se alcanza un equilibrio del sistema nervioso autónomo y se normalizan las funciones orgánicas con un efecto casi inmediato.

·        Técnicas de respiración y meditación

La práctica adecuada de la respiración abdominal es una técnica simple y eficaz para producir relajación. La meditación es una técnica realizable por cualquiera que se lo proponga, no es una actividad reservada para iluminados o místicos. El principio funcional de la meditación radica en fijar la atención del hemisferio izquierdo (lógico-racional) en algo que se denomina objeto focal. De esta forma, este hemisferio se concentra en él y permite que el hemisferio derecho (creatividad, intuición, creencias religiosas, etc) funcione con mayor libertad, y que, figuradamente, tome el mando.

·        Relaciones interpersonales

Revisar nuestros vínculos cercanos, sean afectivos, familiares, sociales o laborales, es un buen paso a determinar si existen en ellos estresores detonantes que nos lleven a desencadenar cotidianamente nuestra cadena de estrés. Forjar relaciones que sumen y no que resten, que nos permitan ser cada día mejor persona es una vía segura para dejar atrás el estrés producido por relaciones disfuncionales.

·        Filosofía y estrés, autoconocimiento y valores personales

En lo que respecta al manejo del estrés, es imprescindible conocer nuestra escala de valores, ajustar a ella nuestras actividades y recordar que el adecuado manejo del estrés depende de diversos recursos, pero la última barrera es, sin duda, la relacionada con la filosofía personal con la cual cada uno hace frente a las contingencias de la vida. Por lo tanto, y considerando los aspectos filosóficos como la frontera final en el manejo del estrés, recurriremos al breve análisis de un escrito anónimo encontrado en la iglesia de San Pablo, en Baltimore, en 1963

DESIDERATA

Camina plácido entre el ruido y la prisa y piensa en la paz que puede haber en el silencio. En tanto te sea posible y sin rendirte, mantén buenas relaciones con todas las personas, incluso con el tonto y el ignorante, pues ellos también tienen su propia historia. Si te comparas con los demás, te volverás vano o amargado, pues siempre habrá personas más pequeñas y más grandes que tú. Sé tu mismo. Especialmente, no finjas afectos. Tampoco seas cínico respecto del amor porque, frente a toda avidez y desencanto, el amor es perenne como la hierba. Recoge mansamente el consejo de los años, renunciando graciosamente a las cosas de la juventud. Mantén interés en tu propia carrera por humilde que sea, pues es un verdadero tesoro en la cambiante fortuna del tiempo. Nutre tu fuerza espiritual para que te proteja en la desgracia repentina. Pero no te angusties con fantasías.  Muchos temores nacen de la fatiga y de la soledad. Junto con una sana disciplina, sé amable contigo mismo. Tú eres una criatura del universo, no menos que los árboles y las estrellas; tú tienes derecho a estar aquí. Y, te resulte evidente o no, sin duda el universo se desenvuelve como debe. Por lo tanto, mantente en paz con Dios, de cualquier modo que lo concibas; y cualesquiera sean tus trabajos y aspiraciones, mantén en la ruidosa confusión, paz con tu alma. Con todas sus farsas, trabajos y sueños fallidos, éste sigue siendo un mundo hermoso.

Ten cuidado y  esfuérzate en ser feliz!

Fuente Bibliográfica: 

Estrés, como entenderlo, entenderse y vencerlo, Dr. Daniel López Rosetti

El Manejo del Estrés – Atilio Raul Puliti

Lic. Ledia Gutiérrez Lanzas - Psicóloga Clínica

Enciclopedia Daxicormédica.

POR: PROF. SILVIA CHEDIEK

Directora General de Instituto de Capacitación en Educación Terciaria

I.C.E.T. J. Chediek 



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