El DEPORTE es un fenómeno socio-cultural mal digerido aun por las ciencias de la cultura en general, y algo peor, atragantado en las fauces de la sociología, ese moderno espacio de la ciencia todavía no terminado de definir (con todos los problemas y divisiones que eso conlleva), y como consecuencia una serie de intentos de interpretación, clasificación, negación y confusiones varias que van desde la negación de lo biológico como realidad científica objetiva, hasta la adjudicación al DEPORTE la responsabilidad o la expresión quintaesenciada de lo peor del capitalismo salvaje, pasando por el desconocimiento de su valor en la lucha por la inclusión social y política o su organización como forma de rebelión política; desconociendo olímpicamente la importancia de Tommie Smith y John Carlos levantando el puño cerrado con un guante negro en el podio de los Juegos de México 1968, o el uso, por parte de Mandela del rugby como ariete contra la discriminación racial.
Pero desconociendo también que ni el gesto deportivo ni el gimnástico agotan el tema del cuerpo en movimiento, solo representan un área especial de la motricidad como expresión socio-cultural, entre muchísimas otras cuyo conjunto exigiría un obra de varios tomos a cargo de auténticos especialistas en los diferentes elementos que componen ese complejísimo sistema que constituye la motricidad como forma de manifestación humana en sociedad. El tema del hecho deportivo no agota el conocimiento de las actividades corporales. La prestación deportiva no representa más que un tipo de experiencia corporal, entre otras imposibles de enumerar en totalidad.
La motricidad es el modo original y básico de expresión de todos los seres vivos. Es esencial como herramienta para iniciar y conservar la vida, entendida ésta como un constante intercambio de materia y energía con el medio ambiente. La motricidad apareció en este planeta mucho antes que las formas sociales más primitivas (desde las agrupaciones de unicelulares hasta las abejas y las hormigas), y para los que pensamos que la Teoría de Darwin es una explicación bastante aproximada de la evolución real de la vida en la Tierra (más allá o más acá de los saltos de la naturaleza, y de la no linealidad de los procesos biológicos fuera del laboratorio), es evidente que el ser humano se movió como tal mucho antes de tener un pensamiento racional.
De hecho, la primer forma de comunicación de la especie humana fue el gesto (tal como sucede con el neonato humano), luego fue el gesto complementado con gritos, llantos y sonidos significativos (algo similar a la forma de comunicación entre gorilas y chimpancés). Con la complejidad creciente de la vida social y dentro de ella la laboral, apareció el lenguaje vocal articulado que como ya hemos señalado infinidad de veces en nuestros trabajos, también es un acto motor ya que hay que movilizar más de 100 músculos para hablar o cantar. Y según lingüistas con formación científica, la aparición del lenguaje vocal va a dar lugar al desarrollo del pensamiento abstracto.
Y si es necesario reforzar nuestra tesis, agreguemos algunos elementos de juicio más: la escritura también es un acto motor; en las primeras 7/8 partes de la historia de la humanidad el trabajo tuvo lugar merced a la fuerza muscular del hombre; durante la Edad Media, juglares y actores am-bulantes se expresaban mediante la mímica y la pantomima ya que era imposible que dominaran la infinidad de dialectos que se hablaban en los distintos pueblos y ciudades que recorrían. Finalmente, los estudiosos profesionales de los modos de comunicación humana sostienen, que 60% de los contenidos de esa comunicación sigue siendo gestual, o lo que es lo mismo, motriz puro.
Y esto es preciso señalarlo constantemente en una época en la que Parlebas, sociólogo idealista cartesiano (por ser generoso con él y no señalar alguna cosa que no podemos probar), metido a educador físico (¿?) señalara en una conferencia suya en el Instituto Romero Brest de la ciudad de Buenos Aires, que los docentes de Educación Física no necesitan saber biología; o Bourdieu el que en un reportaje que hizo a ese ex integrante de las juventudes hitleristas: Günther Grass, sostuvo “no creo que el hombre tenga una necesidad biológica de moverse”. Ambos sociólogos, que al estilo Foucault se especializan en señalar fallas y problemas sociales, fuera de sus contextos históricos y sin aportar o sugerir soluciones reales y concretas, gozan hoy de gran prestigio entre los docentes en general, y los de Educación Física en particular. De algún modo creen que desde la Sociología, o mejor dicho, desde el saber sociológico se puede transformar el mundo; y hacen creer a los docentes que los siguen que desde la Educación se hacen revoluciones. Si bien estos señores no lo dicen expresamente, se consideran la “vanguardia ilustrada” de los próximos procesos transformadores.
El problema, es que la historia de la humanidad demuestra, aún para los que no están de acuerdo con esas grandes transformaciones porque están en contra de su ideología o de sus intereses, que los grandes procesos de cambio social, político y/o económico son consecuencia de la acción social o política, que mayoritariamente está a cargo de los más decididos o comprometidos, y casi nunca de los más “ilustrados”, y que esas vanguardias casi sin excepción terminan siendo fagocitadas y aniquiladas cuando pretenden “hacer efectivos sus derechos de autor”, mientras que los cambios logrados, sin excepciones, terminan siendo conducidos y consolidados por los más inteligentes o los más astutos y ambiciosos en lucha y apropiación del poder: son los Bonaparte entre los inteligentes, y los Hitler o Stalin entre los inescrupulosos.
Por eso, y volviendo a nuestro terreno, decimos que las grandes transformaciones educativas las van a hacer los maestros de frontera, o los docentes rurales en zonas carenciadas; y en el campo de las Actividades Físicas Educativas las lograrán los docentes de patio, de canchita o de plaza. Y no de los que predicamos desde los púlpitos de la cátedra o el libro (que deben seguir y seguirán existiendo); y mucho menos de los miembros del sindicato de asesores inodoros, incoloros e insípidos, siempre atentos a la última novedad que viene de afuera, y siempre dispuestos a servir al gobierno que sea, siempre y cuando los conchabe a ellos. Con la excepciones, dignas del mayor respeto, por honestidad de conducta y la lealtad a sus convicciones, las compartamos o no, que es otra historia y otra lucha.