Sabemos que la autoestima infantil es sumamente lábil y vulnerable.
Sabemos también que cada logro actual es base para logros futuros así como no es ajeno conocer que fracasos claros promueven inseguridad y desvalorización propiciando nuevos desaciertos.
La personalidad humana posee, afortunadamente, dimensiones diversas para su realización. Las expresiones del espíritu, el cuerpo y la mente se desprenden del todo integrado ampliando las posibilidades para manifestarse y ser, y dentro de estas manifestaciones, el psiquismo apela a la competencia con el otro, con los otros…
La escuela no debiera estimular excesivamente el afán por competir, Pero, igualmente, no debiera apagar las posibilidades educativas de la comparación fructífera restringiendo el rango de la competencia a la mera expresión del deporte escolar adaptado.
Si el desafío y su realización a través de la actividad comparada se aceptaran naturalmente en el resto de las producciones humanas, en el aula como en el salón de música o el patio de la escuela, la competencia motriz mejoraría en su ejercicio.
La comprensión de las diferencias permitiría la práctica de la solidaridad entre los integrantes del grupo con una mayor naturalidad y despojaría al triunfo de buena parte de las connotaciones ajenas a la escuela. Me refiero, concretamente, a la presión por el campeonismo que se ejerce desde los padres, la dirección escolar o el propio profesor.
Todos deberíamos esforzarnos por mejorar nuestra medida individual y no sólo nuestro rendimiento por analogía, Como también por descubrir aquel rasgo del perfil personal (debe existir) que conceda una especial dignidad a nuestra talla humana.
Los docentes tenemos la obligación de encontrar las aristas destacables tanto como la ayuda para incorporar recursos nuevos o para pulir las cualidades negativas,
Después de todo, los niños deben aprender que, a despecho de los resultados comparables, toda expresión personal es válida por el solo hecho de haberse producido. Ya dijo alguien: "Muy triste sería el bosque si sólo cantan los pájaros que lo hacen mejor".
La escuela debe ser moderadora. Los docentes conocen que hay niños fuertemente competitivos y otros que no lo son. Niños que toleran perder y otros cuya frustración es tan avasallante que los inhibe para volver a jugar ante el temor a perder otra vez.
Hay niños que convierten el ganar en una venganza abierta hacia los derrotados. Niños que no aceptan igualar y se obstinan en pedir nuevos juegos hasta que se diluciden un ganador y un perdedor. La capacidad de "afronte" no siempre coincide con las capacidades físicas.
Los afectos profundos, la autoestima y la confianza social están siempre movilizados en una competencia. Los docentes conocen las descargas agresivas vehiculizadas en la lucha deportiva y fuera de ella. El monto de agresión suele desbordar las exigencias del juego. Por ello es necesario controlar los encuentros previos y también el "después" de la lucha.
Los mismos docentes colocan proyectivamente los propios sentimientos en la justa que preparan o los grupos que arbitran. Como en el teatro, en la cancha deportiva son posibles una "catarsis" y el enriquecimiento de la personalidad. Pero en la niñez debe existir, como en los demás aspectos educativos, guía y control adulto.
Por su lado, los conductores de los equipos han de reflexionar sobre sus propias expectativas y logros al conducir un equipo.
Ellos también han de instrumentar, desde su adultez, pautas maduras de conducta y no ceder ante la impulsiva tentación de regresionar afectivamente y pugnar, ellos también, desde sus compromisos más infantiles por ganar a cualquier costa o perder con rencor y frustración.