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Un Fútbol Tuerto

Autor: Carlos Hugo G. Bayón - 19/10/2007 - 3947 lecturas.


Más de una vez, mientras me he encontrado viendo partidos de Fútbol, ya fuera en el cómodo sofá de mi casa, en el alegre bar de al lado o por los muchos campos de nuestra Comunidad, una idea dormida en el interior de mi cabeza despertaba y cada vez que lo hacía, una sensación agridulce brotaba en mí. El despertar de esa idea traía a mi mente la imagen de un Fútbol con dos metas en cada una de las líneas de fondo, separadas una de otra (en el Mini Fútbol de Horst Wein por una distancia entre 12 y 16 metros).
 
Si mi escapada del mundo real, producida en la mayoría de las ocasiones por la inercia del juego, no es interrumpida por algún hecho reseñable que rompa el “encefalograma plano” de muchos partidos, como un gol, una oportunidad “infallable”, una entrada brusca, etc.; mi partido mental continuaría imbuido en esta nueva dimensión del juego, con el disfrute de múltiples situaciones de gol (...), de acciones llenas de inteligencia inventadas por jugadores que tendrían que exprimir al máximo su encorsetada imaginación (...), de partidos donde terminar con cero goles encajados nunca otorgaría ni siquiera un punto para el equipo (...), de jóvenes jugadores capaces de leer y entender el juego (...), de cambios constantes de orientación en las acciones ofensivas (...); todo ello provocado por la MAYOR RIQUEZA TÁCTICA de este otro Fútbol.
 
Muchos estarán pensando que si esto se produjera ya no sería Fútbol, pero yo estoy seguro que sí, porque para que haya Fútbol no hace falta un campo de hierba, dos  porterías, veintidós jugadores, etc.; lo único necesario es la esencia, como si yo por alguna desgracia perdiera un ojo, no dejaría de ser yo, pero sí estaría más limitado, como lo está nuestro Fútbol, un “FÚTBOL TUERTO”.
 
Y todo podría haber sido diferente si hace no mucho más de un siglo, el grupo de anglosajones que decidieron separar los caminos del rugby por un lado y del Fútbol por otro, hubieran recapacitado sobre la diferencia (en tamaño) de la “zona objetivo” del primero, toda una línea de fondo, con la del segundo, una porción de siete metros y treinta y dos centímetros. ¿Qué hubiese pasado si se les hubiera ocurrido situar dos “zonas objetivo” en vez de una?, ¿Ante que deporte nos encontraríamos? ... quizás no lo sabremos nunca, sobre todo si lo queremos descubrir a través de nuestra retina, pero al menos tenemos la posibilidad de conocerlo dejándonos llevar por nuestra ilimitada e incontrolable imaginación.
 
En un principio pensaba explicaros cuales son mis visiones de este fútbol, qué normas aparecen en él para fomentar la vivacidad del juego, etc.; pero si lo hago estaría limitando la capacidad de evocar de cada uno de vosotros, trazando una carretera por la que posiblemente no transitaríais si no estuviera ahí, e impidiendo o al menos dificultando la construcción de la que vuestra imaginación quisiera trazar.
 
Para terminar vuelvo al comienzo de este “cuento” donde os hablaba de una sensación agridulce  que de vez en cuando aparecía en mi, siendo dulce por lo que es el fútbol y agria por lo que hubiera podido ser.

Desde una formación limitada a una más incentivada

Una vez expuestos anteriormente mis sentimientos hacia nuestro magno deporte, sentí una sensación de alivio por al menos haber podido compartir unas ideas que, en el mejor de los casos, hagan reflexionar a los lectores durante unos breves segundos. Pero al cabo del tiempo y debido principalmente a mi alto nivel de cabezonería, este alivio pasajero dejó de hacer efecto. Así y tras conversaciones con mi admirado Horst, me di cuenta que hay un grupo de practicantes todavía a salvo (por suerte los más importantes), que no tienen porqué verse obligados a limitar su juego. Estos son los jugadores y jugadoras que están dando sus primeros pasos.
 
En nuestras manos está que estos proyectos de futbolistas, deportistas y sobre todo de hombres y mujeres, inicien su andadura por un estrecho sendero o lo hagan por una amplia autopista.
 
Con el símil del sendero me refiero a una formación de cortas miras, donde se proponga (y digo mal) se imponga, un entrenamiento prehistórico (o adiestramiento como lo llamaban los antiguos) reducido a ejercicios analíticos, tareas cerradas y prácticas físicas dirigidas todas ellas al único aspecto que estos técnicos consideran relevante para el joven futbolista en la acción deportiva, la ejecución. Ya que los otros dos mecanismos (percepción y toma de decisión) corren por su cuenta, y si no, sólo tenemos que darnos una vuelta por los miles de campos de nuestro país, donde podremos ver a entrenadores (no formadores), e incluso a algunos padres, desempeñando el papel de protagonistas (que por supuesto no les corresponde), erigiéndose en las únicas mentes pensantes del juego, limitando de esta forma la actuación de los pequeños a un mero plano físico. Estos “Directores de Orquesta” me recuerdan a jóvenes sentados delante de sus videoconsolas, donde ellos mismos controlan toda la acción; tan sólo con mover el “joystick” los muñequitos se desplazan (adelante, atrás, derecha, diagonal...), además pasan o tiran cada vez que se aprieta el botón, ¡que maravilla!, y lo más importante, nunca se quejan (es lógico, no piensan). Precisamente, mucha de esta gente, se lamenta de que los niños de hoy en día se pasan la mayor parte del tiempo que están en casa imbuidos en este tipo de juegos. ¡Pero como no lo van a estar!. En algún momento ellos también quieren tener la oportunidad de pensar y de ser protagonistas.
 
En contraposición a todo esto se presenta una formación de amplias miras, la autopista; caracterizada por un aprendizaje multilateral y por una metodología más global, sin tener por ello que eliminar completamente la analítica, muy eficaz en aspectos puntuales (correcciones, aprendizajes especiales, etc.). Destinando el carril más rápido de la autopista para las tareas abiertas que permitieran al niño dar lo mejor de sí mismo. Y aquí es donde tendría cabida ese Fútbol de cuatro porterías, el cual no haría más que traer ventajas en la construcción del futuro futbolista; aumentando tanto su inteligencia por el frecuente toque del balón como su habilidad técnica y las distintas capacidades de percepción, imprescindibles para poder jugar bien al fútbol; fomentando así el juego por las bandas y no sólo por el carril central, lo que conllevaría una mayor aparición de cambios de orientación (especie en extinción en el Fútbol base), y un mejor y mayor uso del espacio que se traduciría en un incremento del tiempo disponible para ejecutar la jugada y consecuentemente más posibilidades de realizarla con éxito.
 
Esta disposición reduciría considerablemente el juego de posición y estático, haciendo menos frecuentes las posiciones fijas de los jugadores. Además se incrementaría la frecuente aplicación del “átomo colectivo del juego de fútbol”, la situación de dos atacantes contra un defensa, y  las posibilidades de marcar goles, con el consiguiente aumento de motivación para los practicantes. En definitiva generaría un juego más parecido al de los adultos, a excepción de estos dos últimos puntos; pero para esto deberíamos volver a recurrir al primer artículo, y no es el caso. Lo que sí esta claro es que los aprendices que se iniciaran con este juego presentarían una mejor transferencia y unas mayores garantías de éxito al llegar al Fútbol convencional.

Un Fúbol Tuerto

Si logramos asentar estas bases y la filosofía de enseñanza que propone Horst Wein en su obra “Fútbol a la medida del niño”, nos encontraremos cada vez más cerca de alcanzar el objetivo para mí más importante y a la vez más complicado en la formación deportiva, que el JUGADOR PIENSE.
 
CARLOS HUGO G. BAYÓN
Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, especialista en Fútbol
Preparador Físico del Centro de Tecnificación de la Federación de Castilla y León de Fútbol
Director Técnico de la Escuela de Fútbol Ejido & Club Deportivo Ejido



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