Como sabemos, el pie es una estructura elástica resistente y adaptable. Planos inclinados sin pérdida de efectividad mecánica, es decir, capaces de ofrecer constantemente un apoyo estable al cuerpo. Para ello recurre a la forma de bóveda elástica cuya finalidad debe ser, mantener al astrágalo en una posición de equilibrio apta para soportar sobre él el peso a través de la tibia, y fragmentarlo dirigiéndolo en varios planos a modo de onda expansiva con un mecanismo radial excéntrico que finalmente es disipado por la acción de los segmentos metatarso/dedo.
Este sistema de amortiguación necesita una elasticidad controlada y produce sobre el antepié un efecto de “agrietamiento” periférico, es decir un ensanchamiento o mecanismo de dispersión.
Evidentemente en la dinámica normal, cada hueso trabaja dentro del sistema descrito de bóveda, pero en el ballet estos principios arquitectónicos no se cumplen siempre. Existen momentos en los que la capacidad de sustentación, estabilización e impulso se realizan exclusivamente sobre la zona metatarso-digital, y además, con una posición de garra de los dedos que somete a una presión directa a las cabezas de los metatarsianos con gran distracción/torsión de la cápsula.
De ahí se deriva realizar un trabajo intrínseco concienzudo como medida preventiva, además de poseer una fórmula metatarsal compensada con una relación de longitud acertada entre los cinco metatarsianos y unos dedos fuertes. Eso hará que existan unos pies más apropiados que otros para la práctica del ballet.
El mayor número de lesiones a corto o largo plazo asentará obviamente en esta zona, cuyo desequilibrio o desajuste mecánico va a requerir la compensación ascendente, forzando a las articulaciones de Lisfranc, de Chopart o tibio tarsiana.
El especialista debe conocer exactamente la adaptación mecánica necesaria para la ejecución de los gestos propios del ballet, para entender en qué momento -de los diferentes exigidos al pie- reside el origen del problema. De esta forma podrá ofrecer una solución ortésica, que deberá ser diferente a las habitualmente descritas en tratados de ortopodología general,
habida cuenta que hay dos condicionantes necesarios para la práctica de esta disciplina, que obligan a minimizar la ortesis o el elemento protector o correctivo que apliquemos: el estético y el calzado.
Centrándonos en la zona de apoyo y en los momentos de antepié, hay dos causas directas que pueden ser fuente de lesiones: las fórmulas metatarsales lineales y oblicuas, y las alteraciones de orientación y/o longitud del primer segmento metatarso/dedo (así como otras que aún en fórmulas metatarsales compensadas, pueden modificar o interferir en su mecánica, como las alteraciones de la mediotarsiana, los desequilibrios del astrágalo y las torsiones, ya sean bimaleolares o femorales).
Vemos por tanto que hay un amplio abanico de causas de disfunción, por lo que es difícil estereotipar tipos de ortesis, siendo a veces muy efectivas las aparentemente más simples
La ortesis debe buscar siempre dos objetivos:
“Alargar” a los metatarsianos más cortos para redistribuir la presión.
“Adaptar” esta ortesis también al interior del calzado, para evitar tanto zonas de hiperpresión como desplazamientos que producirían roces o fricciones, y por tanto más patología a largo plazo.
Siempre que sea posible, recurriremos a materiales de poco peso, buena amortiguación y capacidad de adaptación, con los que podemos hacer tres grupos:
Los compuestos de E.V.A.:
Pueden ser adaptados por medio del calor, lo que llamaríamos termoconformados. Admiten mezclas de diversas densidades según nos interese más amortiguación y protección o más estabilización.
Las siliconas:
Se confeccionan mediante un proceso de reacción química o polimerización, pudiendo igualmente mezclarse en el momento de la aplicación diferentes densidades, con lo que podemos obtener una ortesis de densidad variable y gran resistencia mecánica, que además pueda ser devastada por pulido en las zonas que nos interesen. No es posible en cambio modificar la ortesis una vez finalizada.
Látex y las espumas de poliuretano:
Consiste en aplicar espuma de poliuretano, con la forma que deseemos, sumergirla en látex y aplicarla en el pie calzado con un plástico como aislante para evitar que se adhiera al zapato. Una vez que el látex ha fraguado, adquiere la forma de pie y del calzado, rellenando perfectamente espacios y admitiendo correcciones por encolado, rebajes por fresado y refuerzos con otros materiales.