Estamos de acuerdo en que nuestro cuerpo es la obra más perfecta de la creación y resulta difícil encontrar palabras capaces de describirlo con exactitud, ya no digamos de interpretarlo. Por mucho que avancemos y la ciencia nos ofrezca, al final, siempre llegaremos a un punto donde nuestros conocimientos no obtendrán respuesta.
Por tanto, tratar de dar una explicación exacta, me resulta inalcanzable.
Pero a pesar de ello, quisiera, a modo de resumen llamar la atención sobre algunos conceptos que nos acerquen a ello.
Son muchas las descripciones comparativas que hemos leído o escuchado de diversos autores comparándolo en su funcionamiento a una estructura compleja integrada por infinidad de microcircuitos especializados en cada unas de sus funciones. Al final, no dejan de ser comparaciones descriptivas que nos aproximan a su entendimiento desde nuestra área cognitiva, y aunque no sea novedoso, centraré la atención en una de ellas.
Es absolutamente cierto que la interpretación de las funciones avanza progresivamente en la medida que los conocimientos profundizan.
Por ello, para que este modesto resumen sea interpretado por cualquier persona, me atrevería a decir que el cuerpo podría ser como un automóvil, que tiene unas formas, una estructura y unas funciones determinadas que resultan del diseño, del estudio, de la física y de la lógica.
Ese automóvil cumple una finalidad, que es la de desplazarnos gracias a unos mecanismos especializados que cobran “vida” desde un sistema de combustión y ejecutan unas funciones a través de un complicado conjunto palancas, rodamientos, ejes articulados y de elementos electrónicos que ofrecen seguridad y confort, y todo ello se desplaza gracias a algo que lo mantiene en contacto con el suelo, los neumáticos.
Es un poco como nuestro cuerpo, una carrocería, unos elementos esqueléticos que la sostienen, y amortiguan, unos sistemas de unión entre piezas, que son las articulaciones, especializadas para desarrollar determinados movimientos en planos concretos ,y unos sistemas de termorregulación y combustión, que son nuestro sistemas circulatorio y nuestros pulmones. Todo ello animado por una circuitería eléctrica a través de la que nosotros, “pulsando” interruptores enviamos unas órdenes para que todo funcione, como nuestro sistema nervioso. El vehículo, salvo imprevistos, está programado para una duración determinada que, si lo llevamos demasiado alto de vueltas, posiblemente, sea menor, y si no lo usamos, las piezas se irán oxidando, los sistemas hidráulicos perderían eficacia, la batería se agotará y los neumáticos se deforman y pierden aire, con todo lo cual, el coche parecerá muy nuevo, pero ha dejado de funcionar.
Cuando vamos a hacer un viaje, o a practicar un deporte determinado, debemos saber en qué orden está todo, y además si el vehículo es el adecuado. Por eso unos cuerpos están más especializados en unos deportes que en otros, y esto nos lo tiene que decir nuestra sensación, nuestro “saber escuchar” y nuestra revisión por un experto, es decir un análisis de combustión y un análisis biomecánico. El coche puede funcionar bien, pero el fallo de un neumático, lo inutiliza, como en nuestro cuerpo, la capacidad cardiovascular puede ser correcta, la resistencia a la fatiga perfecta, pero a lo mejor la suspensión o las zapatillas no son las adecuadas.
Supongo que un Mercedes es un buen coche, pero yo no haría montaña con un deportivo, ni circuitos de velocidad punta con un todoterreno, sencillamente, porque tiene un diseño que determina su idoneidad.
Así, hay personas que rinden bien en fondo, otros en ciclismo, otros en natación, y algunos otros sólo pueden rendir bien y con garantía en una determinada disciplina: depende de su diseño.
El conocimiento de la idoneidad para la práctica de un deporte determinado, bajo un punto de vista analítico, se determina con el estudio biomecánico del individuo que nos dirá si es apto o no para practicar una disciplina concreta.
Aunque todo esté bien, la actividad deportiva nos somete a un trabajo de intensidad mayor a la media, y obviamente a un proceso de envejecimiento y de desgaste, por lo que necesita un mantenimiento más especial. La forma de avisarnos de que algo no funciona en nuestro automóvil, generalmente, es un sensor, una luz de advertencia o una luz roja, que ya significa una averia grave. Es decir, no esperamos a que deje de funcionar, sino que intentamos que no se averie a través de unas revisiones, y de la observación de unos sistemas de pre alerta, porque al ser un modelo exclusivo, cuando algo se rompe, puede que no encontremos en recambio óptimo y el rendimiento se reduzca o desaparezca, y nuestro hermoso vehículo no sea capaz de cumplir las expectativas para las que lo compramos.
En nuestro cuerpo, el diseño no depende de un equipo de ingeniería, sino de una genética, y el rendimiento no sólo del uso, sino también de otros apartados, como el combustible (la alimentación).
Cuando tenemos una “avería”, la forma de avisarnos nuestro cuerpo, generalmente es mediante el dolor, que viene cuando nuestros umbrales de percepción, modulación y normalidad han sido superados, ya sea bruscamente (en ese caso es la luz roja, como ocurriría en una fractura o una rotura fibrilar), o progresivamente, poco a poco, que sería la luz ámbar (como una periostitis, una contractura, una fascitis, una metatarsalgia, etc.). Antes de tener dolor, hay signos de pre alerta: la sobrecarga muscular, el desgaste de la zapatilla, la fatiga...
Yo puedo usar el coche para pequeñas distancias con ciertos desajustes, pero si quiero hacer un viaje largo, antes debería llevarlo al taller.
Yo puedo ir tirando sin signos de preaviso si desarrollo un trabajo de baja intensidad, pero si mi idea es hacer un viaje (una actividad deportiva), a través del cual quiero disfrutar (deporte salud), tengo que prevenir no quedarme en el primer repecho, porque vendría la desesperación.
Hay talleres de mecánica general, pero también hay talleres especializados en electricidad, frenos, neumáticos, electrónica, plancha y pintura...
Hay servicios médicos especializados en cardiovascular, en muscular, en dietética, en biomecánica...
El visto bueno de uno de ellos no quiere decir que todo lo demás sea correcto.
En los servicios de ITV no hay un señor, gran especialista, que lo revisa todo. Hay varios, a lo mejor no tan buenos en el aspecto global, pero que hacen verificaciones, algunas aparentemente sencillas, pero cuya superación es condición indispensable para que nos otorguen el permiso para seguir circulando seguros.
Por tanto, el dolor no aparece porque sí, es como el testigo luminoso que nos avisa que algo no funciona, y evidentemente, lo que no debemos hacer es silenciarlo mediante analgésicos, porque en ese caso, las cosas seguirán funcionando mal, el cuerpo pondrá en marcha mecanismos de protección o de huida y se producirán como consecuencia otras molestias, a veces alejadas de la primera, con lo cual el cuadro se irá enmascarando y la solución cada vez resultará más complicada, y más lenta la normalización.
Debemos tener presente que las cosas no siempre aparecen de golpe, bruscamente, si no es por traumatismo o rotura. Con frecuencia se manifiestan de forma insidiosa cuando se rebasa el límite de resistencia de la estructura, cuando ésta no es la adecuada o el deporte no es el más idóneo.
El tratamiento de la alteración mecánica a veces es complejo y multidisciplinar: puede requerir la coordinación de más de un especialista. No hay baritas mágicas, hay desajustes funcionales y compensaciones, ya sean técnicas, ortopédicas, fisioterapéuticas o medicinales.
Mediante la prevención, la técnica y el conocimiento del cuerpo, conseguiremos practicar durante tiempo un deporte que nos dé satisfacciones personales y aumente nuestra calidad de vida.
Foto: bryanpearson