¿De qué hablamos cuando hablamos de jugar?
En la era de la tecnología, que para jugar sólo hace falta mover dos dedos y concentrarse en una pantalla, suena extraño pensar en lo lúdico en términos de movimiento.
Los mayores de 40 pueden apelar a su propia biografía, o recurrir al relato de padres y abuelos para recordar que jugar está relacionado a correr, saltar, cantar, ensuciarse, armar un equipo, discutir por dos puntos o un gol, disfrutar el compartir un momento un debate por un tanto no obtenido.
Los juegos que jugamos hablan de lo que somos.
Desde una mirada antropológica son una herramienta social de alto valor para entender, enseñar, aprender, transmitir saberes y valores. Saber si se juega a determinadas edades, en determinadas épocas y lugares, si el juego es mixto o si sólo lo realizan hombres o mujeres son claves del contexto en que se practica el juego y ayudan a desentrañar el verdadero sentido de esta transmisión. De ahí que, entre otros muchos argumentos, sea importante recuperar y vivir uno de los campos más vastos e interesantes del mundo del juego: el juego tradicional.
Desde la perspectiva educativa, el juego se convierte en una poderosa herramienta para el trabajo de conceptos, valores y procedimientos. Esto supone que el educador debe analizar el juego y descubrir las capacidades que se desarrollan en su práctica.
La historia de los juegos tradicionales puede ubicarse entre los albores del siglo XX y los primeros años del 40. Hay que tener en cuenta que estos mismos juegos tienen en su mayoría un origen remoto, que puede rastrearse desde el neolítico hasta mediados del siglo XVIII -pasando por el Medioevo y el Renacimiento, como momentos de gran densidad lúdica que aportaron sus propias formas de juego-, con implicancias genéticas de tipo mágico, religioso o puramente lúdico, y con variantes desde lo popular hasta lo no tan popular.
El límite señalado por la década del 40, que marca la decadencia de muchas de estas formas de juego infantil, coincide con la afirmación de un doble proceso que tiene evidente impacto en los niños, el desarrollo y crecimiento de la industria del juguete. Tratemos de recuperar imaginariamente ese fragmento de nuestra infancia, o de aglutinar en él la suma de múltiples experiencias dispersas en el tiempo y en el espacio, aunque sutilmente vinculadas por el hilo de la emoción lúdica.
¿Quién no recuerda los juegos de ronda que se jugaban en patios escolares y veredas del barrio? Las niñas, tomadas de la mano, iniciaban los giros, mientras una de ellas, de lado de "afuera", entablaba con ellas el siguiente diálogo:
- Don Juan de las Casas Blancas.
- ¿Qué dice su Señoría?
- ¿Cuántos panes hay en el horno?
- Veinticinco y un quemado.
- ¿Quién lo quemó?
- Este pícaro ladrón.
- ¡Ahórquenlo por traidor!
El grupo se deshacía cantando enérgicamente porque era necesario "ahorcar" al "traidor". Pasado el alboroto la ronda volvía a formarse pero esta vez la niña, ubicada en el centro cantaba:
“Yo soy la viudita
del barrio del Rey,
me quiero casar
y no sé con quién”.
Las integrantes de la ronda, sin dejar de girar, le respondían:
“Si eres tan bella
y no sabes con quién,
elige a tu gusto
que aquí tienes cien”.
La ronda se detenía y la "viudita" procedía a elegir:
“Con este sí,
con este no,
con esta señorito
me caso yo”.
La elegida pasaba a hacer de "viudita" en la vuelta siguiente, aunque casi de inmediato, con rara unanimidad, el grupo resolvía jugar a aquello de:
“Buenos días su Señoría,
mantantira lirolá.
¿Qué quería su Señoría?
mantantira lirolá.
Yo quería una de sus hijas...”
La serie de rondas se sucedía hasta que tocaba el timbre que anunciaba el fin del recreo, o sonaban las voces de las madres, llamando a las niñas para poner la mesa de la cena.
Mientras tanto, los varones hacían “Pan y queso” para armar los equipos del picadito de futbol. Los potreros llenos de pelotas de trapo se multiplicaban por las ciudades.
En el terreno del juguete moderno sólo enumeraremos sucintamente a los soldaditos de plomo, las muñecas, los triciclos, las bicicletas (la primera llegó al Río de la Plata en 1886, traída por Benito Sassenus para su hijo Carlos), los monopatines, los revólveres de cebita, los trencitos a cuerda, los caballitos de madera, los rompecabezas, los tambores, los Mecanos, etc., a los que más tarde se sumaron numerosos juguetes a cuerda o pila, hasta llegar a los actuales juguetes de soporte electrónico.
El desarrollo de estos juguetes constituye un tema aparte, desde el punto de vista de la modernización global de la sociedad, de la estructuración de una auténtica industria, de la imposición de ciertas formas de consumo y del consiguiente desplazamiento de pautas y patrimonios tradicionales, propios de la cultura rural o de la urbana incipiente.
Un capítulo aparte merecerían los toboganes, hamacas, "subibajas" y calesitas de plazas, pero sólo nos detendremos por última vez para escuchar la música cristalina y volvedora que muele una calesita y que se recuesta en el baldío de una esquina remota, bajo una amarilla luna de kermesse:
"La milonga se ha perdido
la salieron a buscar,
veinticinco granaderos
y la guardia nacional;
pobrecita, la milonga
si la llegan a encontrar”.
"El juego es una proyección de la vida interior hacia el mundo"
Jerome Bruner
En: “Acción, pensamiento y lenguaje.”
Magister Profesor Oscar Incarbone