Durante el S.XX, distintos trabajos etnológicos sobre otras sociedades, como los realizados por Margaret Mead, Malinowski, Lévi Strauss, entre otros, provocaron curiosidad sobre los modos corporales propios de cada comunidad.
En la sociedad occidental, el surgimiento del psicoanálisis provocó una ruptura epistemológica en la vieja idea de cuerpo. Freud mostró su maleabilidad y lo convirtió en una estructura simbólica, en un lenguaje que habla de las relaciones individuales y sociales.
La obra El individuo rey señala que el período de entre guerras es la época de la liberación del cuerpo. Las revistas de la época alentaban a las mujeres a ejercitar sus abdominales cada mañana y, es allí, cuando aparece la preocupación por una alimentación más liviana. En 1937 la revista Marie Claire recomendaba a las mujeres permanecer atractivas si querían conservar a sus maridos. Esto dio lugar a que los cuidados de belleza y el maquillaje no fuera patrimonio sólo de algunas mujeres.
En los últimos tiempos, los medios de comunicación, apoyados en los soportes tecnológicos, han ayudado para que se expandieran rápidamente nuevas prácticas. El cine, la televisión y la publicidad, a través de su llegada masiva, han acelerado bruscamente la adopción de las modalidades corporales para lograr una vida sana.
Michel Foucault (1975) introdujo una visión diferente, comprobando que las sociedades occidentales inscriben a sus miembros en las mallas cerradas de una red de relaciones que controla sus movimientos. En Vigilar y castigar el autor plantea al cuerpo singular como objeto y blanco de poder y que se puede mover o articular con otros a través del disciplinamiento como fórmula de dominación para producir la docilidad y la eficacia a través de un cuidado meticuloso de la organización de la corporeidad.
Bordieu (1979) sostiene que el cuerpo es la objetivación del gusto de clase y el hábitus, es decir, los comportamientos, los gustos, están ligados a una posición en dicha clase social.
Por otro lado, David Le Breton considera, en Sociología del cuerpo, que la presentación física parece valer socialmente como una presentación moral. La puesta en escena de la apariencia deja librado al hombre a la mirada del otro y, especialmente, al prejuicio que lo fija de entrada a una categoría moral por su aspecto, por un detalle de su vestimenta o por la forma de su cuerpo.
Los cambios de la moda que repercuten en la ropa, en los cosméticos, en las prácticas físicas dan cuenta de ello, formando una constelación de productos “necesarios” y codiciados para poder acceder a cierto grupo social. Se valora al otro por lo que tiene, por lo que muestra, reduciéndolo a la mirada de los demás como mera cáscara, volviendo las relaciones sociales más medidas o más distantes.
Por lo tanto es dable plantear que el cuerpo no es algo dado de antemano, de naturaleza indiscutible, sino, por el contrario, hay tantas representaciones como sociedades haya y habrá que comprender la corporeidad como estructura simbólica que incluye imaginarios, conductas o nociones propias de cada grupo.
Carina Cabo de Donnet
Graduada en Ciencias de la educación.
Prof. en Filosofía, Psicología y Pedagogía
Especialista/ Diplomada en Gestión educativa.